el jardin de martin

en busca del sentido

28 de noviembre de 2006

Reflexiones de un sabado en la capital de la fe

A la cofradía de la Bota Tinta 

Séneca decía que lo único necesario para ser feliz eran: amigos, libros y un jardín.
Yo agregaría un par de cosas mas, pero esta máxima no deja de tener un alto grado de veracidad. 
Me junto con amigos menos de lo que quisiera, leo menos libros de los que quiero leer, y no tengo jardín.
O sea, con los dos primeros items estoy en deuda, o al menos eso es lo que siento, y con el tercero debo
 conformarme con los jardines ajenos. Por lo que concluyo que no estoy cumpliendo las condiciones
de Séneca para la felicidad.  
Por qué será que uno no se permite las cosas que lo hacen feliz tanto como quisiera. Me pasa de ir cada tanto al cine, y al salir decirme: tengo que ir al cine todas las semanas. Y pasan los meses y sigo sin ir. Lo mismo me pasa cuando me junto con amigos que conozco hace añares, nos juntamos, tenemos esos instantes de felicidad, prometemos ponernos las pilas para hacerlo mas asiduo, y los meses pasan.
La soledad no es una buena amiga supongo, pero me gusta. El problema es que se transforma en una monstrua absorbente, que no te permite abandonarla. Pero como todas las cadenas se pueden romper, uno cada tanto la deja sola a la sole, y que se pudra sola.
Pasa despues que uno siente culpa de haberla dejado, y en los días siguientes uno prefiere acompañarla. Gran Error. Hay que dejar que se independice, que aprenda a quedarse sola.
Y uno estar acompañado por gente linda.

un saludo para los caballeros, sus mujeres, los niños que llegaron y los que estan por venir.

Salud!!!


17 de noviembre de 2006

Pregunta difícil

Cuando era un niño de 8-10 años, mi papá me llevaba a ver a sus tías Elmon y Elisa, que cumplían, en cierta manera, la función de abuelas, ya que no pude conocer a ninguna de las dos.

Elmon y Elisa vivían solas en un departamento. Y a mi me gustaba menos que poco ir a visitarlas. No se por qué, supongo que era el aburrimiento que me provocaba, además de un cierto acoso por parte de ellas.

Ellas habían venido a la Argentina, escapando de la guerra, y de la muerte segura por parte de los turcos, supongo que esa experiencia hacía que sus personalidades parecieran un poco extrañas a un pequeñín que quería jugar con su Commodore 64.

Estas visitas ocurrían generalmente los domingos, después de ir a misa, en charcas, la calle donde estaba ubicada la Iglesia Armenia, por lo que mi hastío y aburrimiento tenían un volumen mas que importante. Recuerdo que volviendo de misa, en el auto, yo rezaba (que ironía) para que no pasáramos por lo de las tías. Íbamos por Libertador, y cuando nos acercábamos a la luz de giro donde papá debería doblar para ir a lo de ellas, yo no miraba, me ocultaba bajo el asiento, deseando con todo mi ser que siguiéramos de largo. Pero no, siempre doblaba. Y yo sentía un puñal en el abdomen.

Cuando llegábamos a lo de ellas, su alegría de verme, era proporcional a mi infelicidad.

Entrar a ese departamento ya era un golpe, el olor y la oscuridad llenaban el ambiente. Lo primero que hacía papá era levantar las persianas y abrir las ventanas para airear un poco.

El olor era un mezcla de encierro y de comida, casi siempre armenia, por lo que había una mezcla de especias en el ambiente que no era muy amigable. Aunque debo reconocer que Elisa cocinaba de maravillas.

Siempre que llegábamos estaban viendo Feliz Domingo en la tele, nunca entendí como dos señoras mayores, de mas de 70 años, eran fanáticas de ese programa, supongo que ver a la juventud les devolvía algo que ya no volverían a tener.

Entre ellas y con mis padres hablaban en turco, yo no entendía nada, pero por el tono suponía que se quejaban de algo, o de alguien, a mi me hablaban en armenio, que entendía y hablaba por estar yendo a un colegio armenio. Para mi hablarlo en otro lado que no fuera el colegio era bastante raro.

A veces, contaban anécdotas de cómo habían pasado los años de la guerra, cuentos macabros, como aquel que contaron varias veces de un armenio escapando de las balas de los turcos, y que fue alcanzado por una de ellas en el culo!!! Ella lo contaba sonriendo, tal vez por pudor, pero a mi, después de la risa de compromiso, me quedaba una sensación extraña.

Ellas siempre me reprochaban que no las visitaba mas a menudo, o que no las llamaba por teléfono. Yo me quedaba en silencio abochornado, sin saber que responder.

Pero lo que me lleva a recordar a ellas, es la pregunta que me hacía la tía Elisa siempre que iba. Luego de los reproches, me preguntaba si no le tenía miedo a Dios.

Recuerdo quedarme en silencio, pensando que significaba esa pregunta, y por sobre todo qué debía contestar. Había dos opciones, si o no, por lo que fui lo mas sincero posible y le contesté que no. Ella me miró sorprendida y ofendida y me dijo que debería temerle por que El era el Todopoderoso. Yo me quedé pensando: y a mi qué me va a hacer? Si yo no hice nada!!!, pero bueno, preferí asentir y disculparme por mi respuesta incorrecta.

Las veces siguientes que me lo preguntó, yo respondí siempre con un: Si, claro!. Pero nunca pude entender el porque de esa pregunta, más a un niño de 10 años.

Hoy sigo sin entenderla. Pero las recuerdo con cariño. Hoy sí me hubiera gustado sentarme a hablar con ellas.



 

3 de noviembre de 2006

frasecitas y puetas

Si los muertos pudieran preguntarse algo, seguro, las letras entre los dos anzuelos de los signos de interrogación serian apenas, ¿qué pasó?
Rodrigo Fresan

Para no ser un recuerdo hay que ser un reloco
Federico Peralta Ramos

Espero no haber tomado en vano
Fernando Savater

Solo sé que no sé nadar
Mahatma Minujin

Trémulo de pavor,
actúa con bravura,
haz como Dios que nunca reza,
Haz como Lucifer que nunca llora.
Almafuerte

Recojan los capullos mientras puedan,
el tiempo sigue volando
y esta flor que hoy sonríe,
mañana estará expirando.
Walt Whitman

Hasta ahora no le debemos nada a la posteridad
Oscar Wilde